Existen varias historias que circulan en torno a la tradición de no comer carne durante la Semana Santa. Hay algunos que dicen que la carne simboliza el cuerpo de Cristo, por lo que degustarla en estas fechas sería una ofensa.
La versión más extendida nos dice que antiguamente las carnes rojas eran todo un lujo, y dado que la Cuaresma significa austeridad, abstinencia y ayuno, permitirse esta ostentación ciertamente era un pecado, ya que con el mismo dinero se podía alimentar a la familia con carnes blancas o darlo a las personas necesitadas.
Pero esa no es la auténtica explicación del por qué no se debería comer carne en la Cuaresma cristiana. Revisemos primero lo que significa abstinencia o ayuno.
La abstinencia (en hebreo anneh, hissamor; en latín abstinentia, a la persona, «abstemius», del prefijo ab «lejos de» y «temum», vino) es una renuncia voluntaria de complacer un deseo o un apetito de ciertas actividades corporales que se experimentan extensamente como placenteras. Generalmente, el término refiere a la renuncia a la cópula sexual y otras relaciones sexuales, al consumo de bebidas, -normalmente alcohólicas- así como de comidas y alimentos. La práctica puede presentarse por prohibiciones religiosas o consideraciones prácticas.
Los católicos se abstienen de alimento y bebida antes de comulgar en misa y se abstienen de carne en los miércoles de ceniza y los viernes durante la Cuaresma.
Pregunté una vez a un canónigo de la Catedral de Barcelona y me respondió con total sinceridad. La costumbre de no comer carne en la Cuaresma es porque así no se practicaba el sexo, ya que se consideraba que las carnes, y sobre todo las rojas, dan demasiada vitalidad, con la que mantener relaciones sexuales. Y para el clero, hacer el amor durante la Cuaresma se consideraba obsceno.
Ahora ya sabemos la verdad. La costumbre de no comer carne en la Cuaresma no tiene que ver con los lujos de la carne ni el cuerpo de Cristo, sino con la necesidad de legislar la Iglesia Católica cuándo se puede mantener relaciones sexuales y cuándo no.
De todas formas, aquellos que tuvieran el antojo o la necesidad de comer carne, podían hacerlo con el perdón de Dios gracias a la bula de la Santa Cruzada, un impuesto eclesiástico que consistía en dar una limosna a la Iglesia y a cambio obtener el privilegio de poder comer carne y poder disfrutar de unas normas más laxas de ayuno.
La tradición del cristianismo actual estipula que no se debe consumir carne ningún viernes de cuaresma y tampoco el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Pero esta es la tradición moderna, que lleva desde los años 60.
Según recogen las normas del obispado de Madrid-Alcalá de 1950, los fieles estaban obligados a hacer vigilia todos los viernes del año, ayunar durante la cuaresma entera y ayunar con abstinencia el miércoles de ceniza y todos los viernes y sábados de cuaresma. No cumplir con estas premisas significaba incurrir en un pecado mortal (de los gordos que no se enmiendan con tres Ave Marías).
Quien adquiría la Bula de La Santa Cruzada y su indulto de carnes, que se concedió en su momento nada menos que a los Reyes Católicos, simplemente tenía que hacer vigilia los viernes de cuaresma, el Miércoles de Ceniza y ayunar con abstinencia el Viernes Santo, pudiendo tomar lácteos y pescados durante toda la Cuaresma. La cuantía podía ir de los 50 céntimos a las 10 pesetas, y llegó a convertirse en un símbolo de estatus social, ya que se pagaba en base a lo que se tenía.
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