En 1705 Nicolaes Witsen, burgomaestre de Ámsterdam, publicó este mapa de Tartaria (Tierra de los tártaros).

Tartaria o Gran Tartaria (en latín: Tartaria Magna) es el nombre por el que se conocía en Europa, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, a una gran extensión de tierra del centro y noreste de Asia que iba desde el mar Caspio y los montes Urales hasta el océano Pacífico y que estaba habitada por varios pueblos túrquicos y mongoles, a los que genéricamente llamaba «tártaros». Incluía lo que en la actualidad se conoce como Siberia, Extremo Oriente ruso, Turquestán (incluido el Turquestán Oriental), la Gran Mongolia, Manchuria y, ocasionalmente, el Tíbet.

La teoría de la Gran Tartaria como una civilización perdida se originó en Rusia, a partir de la difusión de la llamada Nueva cronología de Anatoly Fomenko, y fue popularizada por Nikolai Levashov. En la pseudociencia rusa, conocida por su nacionalismo, Tartaria se presentaba como el nombre «verdadero» de Rusia, maliciosamente «ignorado» en Occidente.

Anatoli Timoféyevich Fomenko (Анатолий Тимофеевич Фоменко) es un matemático ruso. Nació en Donetsk (Unión Soviética) el 13 de marzo de 1945. Es miembro numerario de la Academia de Ciencias de Rusia (ACR). Lo que quiso hacer Fomenko con su nueva teoría de Tartaria, como buen nacionalista, es devolver la hegemonía a la antigua Rusia zarista, inventándose un complot de los maliciosos capitalistas occidentales para borrar a Rusia-Tartaria de la historia.
Y es que según esta teoría, basada en buscar repeticiones estadísticas (donde al buen señor le viene en gana) de eventos y nombres «similares», de forma que Platón = Plotino, Gallaecia = Gallia = Gálich (Rusia) o Escotos (Escocia) = Escitas (Asia Menor): la historia anterior al siglo XV ha sido deliberadamente falseada por motivos políticos y religiosos. En algún momento del Renacimiento, alguien se inventó la Historia Antigua. Completa, con pelos y señales, y en un alarde de imaginación que ya quisieran J.R.R.Tolkien y George R.R. Martin en una noche de parranda.

Por supuesto, los métodos de datación, como el famoso carbono 14, la dendrocronología o la paleografía no son fiables, porque carecen de valores de referencia y se realimentan.

Todas las estatuas antiguas están talladas durante el Renacimiento, y las monedas acuñadas entre los siglos XV y XVII; se diseminaron por el mundo para mantener la mentira.

Jesús pudo ser el emperador bizantino Andrónico I Comneno, nacido “oficialmente” en 1118 d.C., por lo que estamos ahora mismo en el siglo IX y a punto de entrar en el X.

El Templo de Salomón jamás cayó; es la Hagia Sofía de Estambul. Bueno, si según la tradición el santuario de Loreto pudo desplazarse transportado por ángeles, ¿por qué no iba a poder éste?

La ciudad de Roma fue en realidad Alejandría, luego Constantinopla, y finalmente Moscú.

La guerra del Peloponeso tuvo lugar en España en el siglo XIV. Me pregunto que debieron pensar los nazaríes al tener que combatir a los espartanos.
La erupción del Vesubio que arrasó Pompeya ocurrió en 1631.

Y así, hasta el infinito… Ah, y los jesuítas son los malos, porque quisieron ocultar esta historia.

Pues bien, esto cayó en manos de Carles Torá (su nombre real, el que costa en el DNI, cuyos antepasados se remontan a Lleida) y, desconozco si por no haber leído bien la nueva historia de Anatoli Fomenko, o porque quiso añadir de su propia cosecha, confundió las fechas y ahora su cronología tartárica comienza en el 1700 y se olvidó de hacernos saber que Rusia es Tartaria.

Quizás en todo ello influyera que esta teoría apareció en los foros de QAnon, los seguidores de Trump, donde para ellos existe una élite satánica que quiere gobernar el mundo y Trump es el salvador de la Humanidad.

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