Tras miles de años siendo la escritura capaz de captar la historia, la literatura, las creencias y el pálpito de la vida de los antiguos egipcios, finalmente los jeroglíficos terminaron eclipsándose y desapareciendo. Incluso se puede poner una fecha a su muerte definitiva: el 24 de agosto del 394 d. C.
El éxito del cristianismo en Egipto y la prohibición del emperador Teodosio de rendir culto a los dioses paganos, firmó la sentencia de muerte no solo del milenario sistema de escritura, sino de toda una cultura cuyo último reducto terminó siendo una pequeña isla en el Nilo, más allá de la Primera Catarata, que durante siglos había sido centro de culto a la diosa Isis. Esta isla, Philae, fue el último lugar donde los sacerdotes egipcios pudieron seguir rindiendo culto a sus dioses ancestrales, donde se siguió recitando la liturgia en la milenaria lengua de los faraones y donde el destino iba a preservar la que ha sido considerada la última inscripción jeroglífica (la de la foto).
Tendremos que esperar a que llegara la época de la Ilustración para que el conocimiento científico se impusiera sobre los dogmas de fe.
En 1822 Jean-François Champollion anunció en París el descifrado de los textos jeroglíficos egipcios, gracias a la piedra Rosetta.
La piedra de Rosetta es un fragmento de una antigua estela egipcia de granodiorita inscrita con un decreto publicado en Menfis en el año 196 a. C. en nombre del faraón Ptolomeo V. El decreto aparece en tres escrituras distintas: el texto superior en jeroglíficos egipcios, la parte intermedia en escritura demótica y la inferior en griego antiguo. Gracias a que presenta esencialmente el mismo contenido en las tres inscripciones, con diferencias menores entre ellas, esta piedra facilitó la clave para el desciframiento moderno de los jeroglíficos egipcios.
El desciframiento de los jeroglíficos no se pudo dar mientras el Cristianismo tuvo fuerza e imponía sus dogmas a la fuerza. Luego de su decadencia pudimos volver a leer lo que Egipto nos ocultaba.
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