Semana Santa del 2009. Nos dirigimos hacia Lerín, en Navarra, hacia una preciosa casa rural que nos servirá como base para luego visitar lo que buscamos, la Fortificación de San Cristóbal.
La verdad es que en Lerín nos sentimos como en el hogar. Estando en la Casa Rural de Tahona, sus dueños, Alfredo y Nieves, nos adoptaron como si fuéramos sus hijos, cenando todos los días con ellos y disfrutando de las salidas nocturnas a la calle Mayor, haciendo el típico recorrido de “potes”, cervezas y vinos.
El día que fuimos a la Fortificación de San Cristóbal hacía un frío tremendo, con temperaturas que rozaban los cero grados. Aquello era insoportable, más teniendo en cuenta el viento reinante en la montaña.
El fuerte de Alfonso XII o Fortificación de San Cristóbal comenzó siendo una ermita y un castillo en el siglo XIII. Posteriormente, en el siglo XVI sufrió una ampliación, añadiéndose la basílica dedicada al santo mencionado. Ya en 1878, bajo la dirección de los ingenieros Miguel Ortega y José de Luna, se acometió la última ampliación, en el reinado de Alfonso XII.
El porqué de esta última ampliación es importante. Quien haya subido al monte Ezcaba, donde se encuentra su emplazamiento, habrá visto la singularidad de su paisaje y lo fácil que hubiera sido para un supuesto enemigo bombardear Pamplona desde este paraje. Pues bien, en aquel entonces España acababa de sufrir tres guerras civiles, que la historia nos ha vendido como las Guerras Carlistas, es decir, entre los partidarios de Carlos María Isidro de Borbón e Isabel II de España, su sobrina y contendiente. La última guerra civil tuvo lugar entre los años 1872 y 1876, acabando en Estella, capital de los carlistas, y con el triunfo del entonces Carlos VII. Los conservadores carlistas que llegaron a conseguir un número bastante alto de escaños en la derecha, se levantarían luego contra los republicanos, y se les conoció como las JONS durante la época franquista.
La Fortificación de San Cristóbal o su ampliación precisó de 180.000 metros cuadrados, con tres pisos hacia abajo, hacia el interior del castillo. Para ello se tuvo que volar la cumbre del monte y excavar hacia su interior. Sus muros fueron cubiertos con dos metros de tierra para que no fueran visibles, y se rodearon de fosos inmensos. Hacia el 1919 se terminaron las obras.
Sin embargo, una vez concluidas las mismas y construido un enorme túnel que conduce desde el fuerte hacia la Catedral de Pamplona (y que todavía hoy permanece oculto, estando en conocimiento de unos pocos), no se utilizó con fines defensivos, como estaba pensado inicialmente. El 17 de julio de 1936 daría comienzo la Guerra Civil en España. Y así fue como pasó a convertirse en un penal hasta 1945. Justo es decir, que desde 1934 se venía utilizando como cárcel para los revolucionarios asturianos que se levantaron en armas en octubre de aquel año. No obstante, como prisión no contaba con las medidas higiénicas oportunas, y en septiembre de 1935 se tiene constancia de que 750 presos fueron trasladados a otros penales.
Con la llegada de la Guerra Civil, en julio de 1936 el centro volvió a su auge, contando con 2.000 presos. Aquella fue una época siniestra y que la historia no quiere contar. Se sabe que en los juicios rápidos, los reclusos que eran puestos en libertad, cuando iniciaban el descenso del monte Ezcaba, eran abatidos a disparos desde lo alto de las torres.
El centro fue un lugar plagado de muertes: anorexias, paros cardíacos, tuberculosis (ya que allí se trasladaban los presos enfermos de otros correccionales al considerarse el Fuerte como un “Sanatorio Penitenciario”), fusilamientos, asesinatos de personas inocentes…
Y llegamos al 22 de mayo de 1938, cuando tuvo lugar una de las más grandes evasiones de la historia, propio de la mejor película de guerra. Se sabe que en esa fecha eran 2.487 los internos, entre dirigentes políticos y sindicales, revolucionarios y republicanos. Justo a la hora de la cena, una treintena de personas, se avalanzaron sobre sus guardianes, despojándolos de sus armas. Al poco, estos mismos habían conseguido desarmar a los soldados de las garitas, con una sola baja en el bando militar. A la media hora los reclusos salían disparados hacia el exterior.
Justo en ese instante, un soldado que volvía de un permiso observa la escena de los presos fugándose, y parte raudo hacia Pamplona para dar la voz de alarma. Otro preso, el falangista Angel Alcázar de Velasco, pese a estar detenido (tras un altercado en abril de 1937, en Salamanca), decidía darse a la fuga, pero sólo para avisar de ésta a los militares.
Al poco, grandes camiones con reflectores de luz se presentaban por los caminos del monte, disparando a todo lo que se movía. Una vez contabilizados 1.692 presos, se dieron cuenta de que les faltaban 795.
Los 795, mal calzados y vestidos, desnutridos, con escasos fusiles y en desbandada y sin organización, eran atrapados poco a poco. El día 23 ya contaban con 259 de los evadidos, el 24 la cifra sumaba 445. Y el 14 de agosto se detenía al último de ellos. En total, 585 personas.
¿Qué sucedió con el resto? La historia afirma que hubo 187 muertos, abatidos por disparos y los fusilamientos posteriores, por considerarlos cabecillas de la revuelta. Con todo, en los registros de Navarra se contabilizan 24 cadáveres sin identificar; 211 asesinatos de los que se tiene nombres y apellidos.
Hubo un final feliz, 3 de ellos consiguieron atravesar la frontera con Francia y se salvaron. Por el contrario, el falangista Angel Alcázar de Velasco, vio reducida su pena por colaborador.
Tanta muerte está recogida todavía en la montaña. Cuando se sube en coche desde Artica, por una carretera en un lamentable estado, se observan cruces metálicas por todo el camino, los símbolos de aquellos que murieron en la fortaleza; tantas cruces como fallecidos hubieron en la fuga.
Pero aquí no termina esta historia. Después de su cierre en 1945, el Fuerte de San Cristóbal permaneció cerrado y custodiado por los militares hasta 1987, quedando únicamente un retén de vigilancia hasta 1991, momento en el cual fue abandonado definitivamente.
El fuerte fue declarado “Bien de Interés Cultural” por la Dirección General de Bellas Artes en el año 2001. Y en noviembre del 2007, el Congreso de los Diputados, bajo iniciativa de Nafarroa Bai, aprobó la inversión de 500.000 euros para tareas de acondicionamiento y limpieza. Aún así, desde entonces no se ha hecho nada, desconozco a qué causa o si es debido a la crisis económica. Lo que sí es seguro es que la puerta principal se soldó para evitar entradas indeseadas, y que se reforzó la vigilancia de la Guardia Civil en la zona.
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Una historia reciente cuenta que unos investigadores de psicofonías, anduvieron por la fortaleza en el 2008. Una grabación psicofónica que circula por Internet, y recogida en la entrada, revelaba estas palabras: “Yo era el centinela que asesina”. Hay otras psicofonías por ahí, pero no se sabe cuán ciertas puedan ser.
Para la historia quedará para siempre este singular lugar, plagado de barracones, pasillos, corredores, celdas, túneles, escaleras que descienden a los avernos, edificaciones inmensas, iglesias… una auténtica ciudad olvidada, sumergida en una fortaleza inexpugnable. Quien tenga el valor de colarse lo podrá hacer subiendo a los barracones de lo más alto o por las cavidades que horadan los fosos. Una construcción, sin duda, que todavía oculta muchos misterios.
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