Carlos II de España, llamado el «Hechizado» (el del cuadro adjunto) fue rey de España entre 1665 y 1700. Hijo y heredero de Felipe IV y de Mariana de Austria, permaneció bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Aunque su sobrenombre le venía de que pensaban que estaba hechizado o embrujado, como estos reyes llevaban siglos de endogamia, acostándose madre con hijos o nietos con abuelas, parece que el rey padecía síndrome de Klinefelter. Murió sin dejar descendencia, extinguiéndose así la rama española de los Habsburgo, lo que daría pie a que llegaran los Borbones franceses a España.
Como Carlos II no podía tener hijos con Mariana de Neoburgo, los sacerdotes comenzaron a sospechar que la culpa era de la segunda esposa del rey y que lo había endemoniado. Se conoce que eso de que un varón fuera estéril no entraba en la cabeza de la iglesia católica.
Así debió pensar fray Antonio Álvarez Argüelles, un afamado exorcista asturiano con el que se había contactado desde Madrid ante las crecientes sospechas de que sobre el Rey pesaba una maldición. Esto fue lo que escribió, en una carta, este afamado capellán: “Anoche me dijo el demonio que el Rey se halla hechizado maléficamente para gobernar y para engendrar. Se le hechizó cuando tenía 14 años con un chocolate en el que se disolvieron los sesos de un hombre muerto para quitarle la salud, corromperle el semen e impedirle la generación”. Y, por supuesto, el maleficio era cosa de mujeres, que ya se sabe que los hombres no juegan con el demonio.
Desde luego nadie pensaba que lo que escribió el embajador de Francia, cuando Carlos II de España nació, tenía algo que ver: «El Príncipe nacido parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo”. Vamos, que tanta reproducción entre parientes lo había hecho más feúcho que el demonio, ahora sí, y con una buena cantidad de problemas físicos.
Lo cierto es que para que España siguiera teniendo a esta estirpe de reyes, se necesitaba un heredero. Y mira que Carlos II lo intentó con María de Orleans, su primera esposa; pero como no había manera, los curas comenzaron a darle a ella todo tipo de brebajes para que se quedara preñada y acabaron cargándosela de una peritonitis.
Mientras el Rey soportaba todos sus males endogámicos y la imposibilidad de dar a luz un heredero, llegó a oídos de su confesor la fama de un fraile asturiano que tenía el poder de hablar con el diablo, don del que se había valido para exorcizar a unas monjas que estaban «poseídas» (ejem, entrecomillado). Enseguida se solicitaron sus servicios desde Madrid y, por boca del exorcista, el demonio corroboró el encantamiento del Rey: la mala salud de Carlos II se debía a un hechizo de su segunda mujer. Se recetó entonces al monarca la ingesta en ayunas de aceite bendito, aunque pronto la imaginación de los religiosos se inflamó y estos empezaron también a administrarle purgas de huesos de mártires pulverizados, o a colocarle pichones recién muertos sobre la cabeza y entrañas de cordero sobre el abdomen.
Todo valía para practicarle exorcismos. Y un día sí, otro también, Carlos II era exorcizado por la iglesia católica.
Las mejores ideas de los curas llegaron cuando aprovechando que los restos de sus antepasados estaban siendo trasladados al nuevo panteón de El Escorial, se destaparon sus ataúdes y se celebró un exorcismo en donde los cadáveres de su padre Felipe IV, sus abuelos Felipe III y doña Margarita, sus bisabuelos Felipe II y doña Ana, y sus imperiales tatarabuelos Carlos V y doña Isabel, fueron siendo exhibidos ante el enfermo, mientras recriminaban al demonio y liaban la de dios.
La procesión de momias de este exorcismo terminó con el féretro donde se pudría el cuerpo de su amada María Luisa de Orleans, y se dice que el pobrecito Rey ya no se recuperó jamás de la impresión que le produjo tan espantosa visión.
La cosa acabó cuando Mariana de Neoburgo, la segunda esposa, envió a freír gárgaras a todos los frailes, despachando a todos los exorcistas de la corte.
El 1 de noviembre de 1700, día de los difuntos, Carlos II de España estiró la pata.
Las últimas palabras del monarca fueron: “Me duele todo”. Y no es para menos, porque entre sus enfermedades y los exorcismos, lo dejaron fino filipino.
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